29 de junio de 2012

El náufrago

Aparte, en otra parte. En otro lugar, a distancia. Y dividiendo, separando. Poniendo tierra de por medio. En un aparte. Porque tú y yo ya no seremos más lo que hasta hoy hemos sido. De ahora en adelante estaremos apartados. Porque yo me aparto. Porque me aparto del que se enlazaba conmigo, de aquel que andaba el camino a mi lado. Ahí te quedas. Yo ya no te pertenezco, ni hallo en ti mi pertenencia. Perdóname (o no), me equivoqué (o no). Tú no eres quien yo iba buscando. Es mejor que cada cual siga su camino. No te soporto. Yo no me merezco esto, no lo quiero. Es mejor que me aparte. En la televisión aparecen imágenes de una playa de la costa sur. Los cadáveres se acumulan en la arena, hombres y mujeres que se echaron al mar en busca de lo prometido. Los bañistas hacen corros alrededor de los cuerpos, una mujer tapa los ojos de un niño y lo protege contra sus piernas. Más allá, como en otro mundo, hay gente que no renuncia a darse un baño. La policía entretanto se afana en cubrir los cadáveres con mantas térmicas. Mejor cambiar de canal. Un individuo con pinta de dentista, extranjero, alemán, holandés, habla del derecho de cada uno a elegir lo que quiere. Cuando decides no seguir con una relación –dice el dentista- no decides el dolor de la otra parte, es la otra parte la que decide sobre su dolor. En su sonrisa perlada no hay errores. Su frente brilla como un espejo. Apago el televisor. Fumo en la ventana. Es como si de un momento a otro una ola fuera a traer el último cadáver que llegó a la playa. Que alguien aparte las manos que ciegan al niño. Que le dejen mirar.
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